Después de aquel ensayo en el Club La Salina el grupo se tomó algo más en serio aquello y el coro se pudo trabajar mucho mejor en su afinación, porque el grupo colaboró en ello y porque la asistencia a los ensayos fue mucho mayor. El caso es que el coro asistiría al concurso del Falla con un tipo muy barato, hecho con una tela que encontré en un polígono industrial de Sevilla que nos confeccionaría la Señora de Sanguino: los correajes eran auténticos de la Armada Española y fueron suministrados por nuestro amigo y rival entonces El Chispa. Los cazos que llevábamos colgados en el correaje los compré en el Bazar La Paloma y los gorros en la cestería Hernández, en la calle Cristóbal Colón. Juan Pastrana se encargó de que los gorros de paja parecieran militares con las escarapelas de la bandera española incluidos. Y Paco Reyes fue quien trajo las mantas militares para cortarlas y llevarlas al hombro. Perfecto y baratito, la gente del coro colaboró demostrando ilusión y ganas de concursar.
Cuando llegó el primer día de concurso hubo de darle al tipo un aire algo usado, como si de verdad viniéramos de una guerra. Para ello buscamos poso de café por los bares y eso fue lo que, en el local de ensayos, echamos en el suelo. Uno por uno fueron revolcándose en aquella masa negra entre la risa de todos los compañeros. Algunos aprovecharon para imitar al sapo y distintos animales lo que provocó que el coro se distendiera ese primer día y saliésemos al Falla a darlas todas.
El público entendió desde el primer momento lo que habíamos hecho y el tipo de coro que traíamos, cosa que demostraba en cada pase con sus aplausos y muestras de cariño. Aparte de que llegamos al Falla con valentía en letras y algunas de ellas muy contundentes; COPLAS PARA ANDALUCÍA, EL PEÑÓN, COPLAS PARA ANDALUCÍA, MUELLE DE CADIZ, HIMNO DE CADIZ…eran temas frescos pero que no se tocaban. Nosotros acertamos en la elección de los temas y la forma de plantearlos, cosa que el público agradeció.
La anécdota que se me quedó en la retina de la memoria para siempre el día de la final, fue cuando Nandi Migueles después de cantar su gran coro La Máquina vino al camerino donde calentábamos voces y nos dijo: "ahí lo tenéis el premio es vuestro". El jurado no lo entendió así y luego nos dimos cuenta del porqué. En el jurado estaba Pepe Pacheco, que desde el primer día no quería que pasáramos a la siguiente fase. Yo con Pepe Pacheco me llevaba bien, incluso cuando salimos juntos en el coro Rodeo de la Salle Viña, a la cual él pertenece. Hubo armonía en ensayos y luego en la calle. No sé si este hombre traía alguna consigna de alguien de La Salle. El caso es que no quería el coro en la final. Sus compañeros vocales del jurado me relataron que no fuimos primer premio porque este hombre se empeñó hasta la saciedad y que incluso se negó a firmar las actas como vocal, cosa que luego me ratificó Carmen Pastrana que por aquellos entonces era Gerente de la Fundación Gaditana del Carnaval.
Todo esto se confirmó cuando asistimos a la cena de gala en el hotel Atlántico en donde estaban autoridades, ninfas, invitados especiales, pregonero y todos los miembros del jurado, menos Pepe Pacheco. En su conciencia estará lo que quiso hacer, que no consiguió del todo. El caso es que mientras Pacheco se diluyó por las cañerías del olvido, el coro pasará a la historia por muchas razones y no precisamente por esta anécdota. El tango y sus cadencias con regustos añejos, la valentía de las letras, poquitos componentes, sencillez del repertorio en general, cuplé gracioso con estribillo para recordar. Y sobre todo la afinación; básico y fundamental en cuerda de segunda acompañado de tercera voz y algunas repeticiones de esta. Cuerda de tenores limpia, unísona, variada pero compacta. Todo aderezado con la voz de Juan Pastrana que llegaba con nitidez a todas las notas que le exigía. Y una orquesta que acompañó perfectamente al grupo en todo momento en donde destacaban la bandurria de Emilio Martín Ortega por la forma de ejecutar y la guitarra de José Mª Ogalla Castellanos por su desenvoltura en cada pieza y su rasgueo, en donde se veían claros conocimientos del diapasón y un dejillo de flamenco del cual José Mari era amante.
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